viernes, 12 de agosto de 2011

PELITOS, CANALLA y PIRULO

PELITOS era más listo que el hambre.

Olga, mi hermana, lo llevó a casa de mis padres. Lo haabía encontrado debajo de un coche. Era chiquitín, chiquitín y parecía un ovillo de lana marrón, blanco, amarillo y negro.

Cuando notó que mi padre se acercaba al salón, lo deposito sobre un sofá y se alejó. Todos estábamos expectantes...

El perrillo, sabiendo quizás lo que se jugaba, empezó a dar volteretas. eso es lo que ganó, definitivamente, a mi padre. sonrió, lo cogió en sus manos y le dedicó unas cariñosas palabras al tiempo que lo acariciaba. En ese momento supimos que Pelitos compartiría nuestras vidas.

Era

  • Anticlerical. Cada vez que veía a un cura con sotana, le seguía y le ladraba. Incluso ladró a Agustín González, en su papel de cura en El hermano bastardo de Dios. su voz sale en la película.
  • Señorito. Esperaba, al pié del ascensor a que algún vecino lo subiera.
  • Anárquico.Le gustaba ir a su aire. En época de celo de las perras, desaparecía algunos días. Siempre volvía, en ocasiones con heridas propiciadas por otros machos, seguramente con más envergadura que él.
  • Fiel. Mi padre, los sábados por la mañana los dedicaba a resolver asuntos de bancos. Pelitos solía ir en su busca. No en pocas ocasiones, los empleados le decían que ya se había pasado el perro "preguntando" por él.
  • Sucio. Cuanto más limpio lo teníamos más le agradaba revolcarse en lugares sucísimos. Llegaba a casa oliendo horriblemente.
  • Cívico. Siempre cruzaba por los pasos de peatones.

¿Anécdotas?

Un montón.

En una ocasión, como tantas, llegó al taller de mi padre. Llamó su atención hasta el punto que mi padre se agachó a su lado. Pelitos depositó, con sumo mimo, un pajarillo vivo que había transportado en su boca.

La terraza era el territorio de Pino, la tortuga.
A Pelitos le encantaba mirar a la calle a través de las macetas.
Cuando Pino se daba cuenta de su presencia, cogía una velocidad pasmosa e iba lanzada para morderle las patas. Pelitos siempre se retiraba mansamente, aceptando su intrusión.
Otra. Una tarde oí que golpeaba la puerta. Le abrí.
Al cabo de unos minutos empezó a ladrarme insistentemente al tiempo que entraba y salía del salón.
Me levanté tras él. Me condujo hasta la puerta del cuarto de baño. Le abrí sin entender nada.
¡De un salto se metió en la bañera!
Corrí hasta su cacharro del agua. Efectivamente, estaba vacío.
Fue su forma de avisarme de que tenía sed.
¿Era listo Pelitos, sí o sí?
Pasó el tiempo y Pelitos fue creciendo; los demás también...
Murió en los brazos de mi padre un día que una furgoneta lo atropelló. Él siempre dice que el conductor fue adrede a por el perro.
Pelitos fue el protagonista de un cuento y unos cuadros que realizó mi padre.
CANALLA:
Su verdadero nombre era Canalla Veneno, se lo pusieron mis sobrinos.
Mi madre, cuando lo llamaba en público, le decía Bobbi. ¡Le daba una vergüenza llamarle Canalla!

Era un perro precioso, elegante, fino... pero tontucio. No tenía la chispa de Pelitos.

Ana, mi otra hermana, lo llevó a casa para llenar el hueco que había dejado el otro perrillo. Tenía su pedigrí, bueno, sus padres que eran campeones; pero un día el perro se escapó y cubrió a la madre. De esos amores locos nacería Canalla.

Vivió plácidamente en amor y compañía. Seguramente mis hermanos recordarán anécdotas . Yo poco más puedo decir.

Raúl llegó un día con un perrillo color canela, tan pequeño que cabía en un bolsillo. Lo dejó con el pretexto de volver a por él. Su idea era que mis padres se encontraran acompañados.

Mi madre protestó. Que si pelos por la casa, que si obligaciones diarias para sacarlo... Sea como fuere, PIRULO quedó en casa.

¡Éste si que era señorito! bueno, más que señorito, mahometano. No comía nada de cerdo, ni jamón. No es que le echasen jamón..., más bien las sobras. Los guisados de mi madre sí que le gustaban y el pienso.

Pirulo era el perro que más celebraba mis idas a casa de mis padres. ¡Pegaba unos brincos de miedo!
Le gustaba ponerse patas arriba y restregar su lomo en mis pies. En ocasiones, sentada en el sofá, se me acercaba, y ponía su cabeza sobre mis piernas para que se la acariciase. Si dejaba de hacerlo, metía su cabeza entre mis piernas y mi brazo para sentirme cerca. Podía estar así una hora; sin moverse.
En la mesa, subía sus patas delanteras en un brazo del sillón y así se quedaba hasta que terminaba.

Cuánto me quiso Pirulo. Pirulo, perro feo con corazón de azúcar.

El otro día me llamó mi madre. A Pirulo se le escapaba la vida. Estaba ya muy mal.

Mi hermano Raúl lo llevó al veterinario para que pusiese fin a su sufrimiento.

Si, como dice Juan Ramón Jiménez, hay un cielo para los burros donde a buen seguro estará retozando Platero, también habrá un paraíso para los perros donde Pelitos, Canalla y Pirulo jugarán entre nubes de colores.


3 comentarios:

  1. Querida amiga, me has emocionado.Me ha encantado esta entrada como buen amante de los animales que soy, siempre he tenido perros en casa, ahora un gato.
    La alegría, la capacidad de sorpresa, asombro, la gratitud y lealtad a prueba de bombas que nos dejan estos animales no tiene precio.
    El recuerdo de esos seres extraños que llegan a nuestras vidas casi siempre por casualidad y terminan por formar parte de nuestras vidas, miembros de una familia en la que se entrelazan historias tan hermosas como las que tu has contado.
    Besos.

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  2. En cada casa abierta a los animales seguro hay historias maravillosas gestadas por las mascotas y sus "humanos" -creo que no cabe decirles dueños!- Ellos se encargan de dejar su rastro en las vidas de quienes recibieron y brindaron todo el amor que cabía en esos seres que especiales que la vida pone en el camino.
    Preciosas y emotivas tus anécdotas.

    Un abrazo.

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