...de madre.
Pues sí, Después de haber estado de aquí para allá, "realizándome", un día y en plenas falcultades físicas, psíquicas y profesionales, sentí la llamada de la maternidad, pero no como la idílica llamada de la selva, fue algo más prosaico, algo como: "nena, que se te pasa el arroz"
Así que haciendo caso a mi instinto, dejé las pastillas y en un mes me quedé preñada.
Viví mi embarazo con auténtico alborozo. No tuve ningún síntoma típico, nada de vómitos o de antojos. Leía todo aquello que caía en mis manos (bueno, lo compraba) que si Ser padres, que si Padres hoy y hacía caso a aquello que encontraba lógico: ingerir plátanos para prevenir los calambres y avellanas para combatir la acidez.
Fui muy disciplinada (pocas veces lo he sido en mi vida) y acudía con regularidad al gine, bueno... ya lo sé, obstetra (pero es que es una palabra fea) y a las clases de pre-parto.
Cada tarde encontraba un ratito para mí y mi chiquilín, ponía música de Mozart, acariciaba mi vientre y le narraba, en voz alta, un cuento que me inventé. Como si fuera un ritual.
Y llegó el 30. Al salir del trabajo fuimos a comer con unos colegas para celebrar el día de la Paz y ya empecé a sentirme molesta. Por la tarde no pude realizar todos los ejercicios de la gimnasia. Lo achaqué a que me había sentado mal la comida y que aún no la hubiese digerido. No cené nada, menos mal (en la clínica me mandaron poner un enema) y me repanchingué (bonita palabra, mejor acción) en el sofá mientras que en la tele ponían una peli de Hitchcock.
Cuando desperté me fui a la cama y me quedé instantáneamente "roque". Al cabo de un tiempo, no sé precisar cuanto, una sensación rara y cálida me despertó. ¡¡Acababa de romper aguas!!.
Me encontraba sola, completamente sola, ¡y yo que tenía todo tan planificado!: el padre de la criatura, con trabajo en el extranjero, venía el 14, a la expiración de su contrato laboral. Mi madre el 15. Una amiga iba a venirse a vivir conmigo el 7, por si las moscas. Y mira por donde, el chiquitajo decidió que quería nacer.
Como soy una mujer valiente me puse en acción, no sabía con cuanto tiempo podía contar. Me duché, llamé a una amiga para que me llevase a la clínica, llamé al padre, telefoneé a mi madre, quien en su aturullamiento por lo intempestivo (4.30) y porque estaría adormilada y la llamada la alarmaría de alguna tragedia familiar, me dijo: Pero si no he ido a la peluquería..., ¿Qué ropa me llevo?, ¿Qué tiempo hace en Alicante? ¿Qué trenes tengo que...¡Mamá, la interrumpí, leche, que estoy chorreando y tú con tonterías!. Jajajá. A qué parece surrealista?. Pero imagínate la escena, parece de película costumbrista.
De camino a la clínica empecé con los dolores físicos, cada 3´ (no te creas, todas no empezamos con dolores cada 40´) y del alma: Si el chiquitín se adelantaba...¿lo meterían en una incubadora? ¿Me separarían de ese pequeño ser con el que ya había establecido un fuerte lazo? (El gine, 4 días antes me había dicho que era pequeño. ¡Qué ojímetro! Toma zanahorias, macho, que van bien para la vista).
Nació a las 10, después de meterme la oxitocina a toda leche porque no dilataba. Y cuando lo vi, en la dulce tontuna del despertar de la anestesia, me quedé alucinada, ¿cómo es posible que haya hecho yo algo tan bonito? (supongo que eso lo pensamos todas) y sentí una punzada en el corazón, ¡era amor! y comprendí entonces el significado de la única frase que me sé de la canción, me duele el corazón de quererte tanto. Nunca antes había querido así. Esta sensación duró semanas, hasta que me acostumbré. De seguir así hubiese muerto hace años.
Aaaaaaaah, nació con 3,300 y 55 cm de altura.
Otro día te contaré anécdotas de mi vida maternal y como me llevé a la boca la primera lagrimilla que brotó de sus ojazos.
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